
Por Loida Liz
Me gradué de niña a señorita cuando me inscribí en la UASD, la universidad del pueblo. Alli no se pagaba para estudiar, excepto la cuota inicial de registración al principio de cada semestre. A pesar de ello, pertenecer al alumnado de la UASD costaba un sin fin de dolores de cabeza. Porque pasar materias en un plantel donde a menudo se armaban revueltas con tiraderas de pupitres y botellas era embarcarse en una gran aventura que no garantizaba graduación.
Me gradué de niña a señorita cuando me inscribí en la UASD, la universidad del pueblo. Alli no se pagaba para estudiar, excepto la cuota inicial de registración al principio de cada semestre. A pesar de ello, pertenecer al alumnado de la UASD costaba un sin fin de dolores de cabeza. Porque pasar materias en un plantel donde a menudo se armaban revueltas con tiraderas de pupitres y botellas era embarcarse en una gran aventura que no garantizaba graduación.
Durante las manisfestaciones tambien se quemaban gomas en el medio de las calles, todo en nombre de los asuntos sociales y politicos del momento. Con desorden desmedido se trataba de reclamar paz y justicia en un pais donde la libertad convive en continua enemistad con la ley.
Los que terminaban sus estudios en la UASD, no solo salian bien preparados intelectualmente, sino que tambien eran reconocidos en todo el pais por estar mejor equipados que muchos otros para enfrentar los obstáculos de la vida. Porque el reto del universitario en la capital empezaba con el intento audaz de pezcar transporte público en la madrugada. Un carro del concho o una guagua destartalada daba igual porque en cualquiera de los dos se iba como sardina. Las motos tambien eran dificiles de conseguir ya que solo tenian espacio para dos. (¿Que digo “dos”? Si hasta tres y cuatro se hacian caber...) Pero por lo menos, subidos en ellas no se tenia que sudar la gota gorda tan temprano porque la brisa tropical mañanera regalaba algo de alivo al tiempo que despeinaba el cabello recién estirado de las muchachas. De cualquier manera, siempre se encontraba la forma de llegar al lugar de estudios porque era, a pesar de todo, la esperanza de un futuro menos miserable.
Mi hermano me regaló la cámara de 35 mm que necesitaba para mi clase de fotografia. Y pude comprar los demás materiales y libros con lo poco que ganaba en el primer trabajo que tuve, en el Instituto Comercial Jacquez Hernandez de la Sabana Larga -donde la gran mayoria de los colegiales del sector iban en las tardes a estudiar mecanografia, taquigrafia Gregg, archivo, contabilidad básica y hasta un curso de cajera para aprender a operar las cajas registradoras de tiendas y supermercados.
Desde antes de la universidad comenzó mi contienda con las matemáticas y las fórmulas y mi deliro inexplicable por los maestros de esas materias. Pero a la hora de la verdad siempre me rajaba, mas asustada que una niña que sorprenden a punto de comerse un pastel. Pero en la secundaria, mi único objetivo era siempre salir de aquellas clases aburridas para poder disfrutar de las que realmente me gustaban... Literatura, Historia, Dibujo... y la clase de Inglés, en el Rosalia Caro Mendez, que pasé con puros cienes aunque nunca estuve presente en el aula sino ‘bufeando’ en la cafeteria mientras freiamos tostones con huevos para el recreo.
Los que terminaban sus estudios en la UASD, no solo salian bien preparados intelectualmente, sino que tambien eran reconocidos en todo el pais por estar mejor equipados que muchos otros para enfrentar los obstáculos de la vida. Porque el reto del universitario en la capital empezaba con el intento audaz de pezcar transporte público en la madrugada. Un carro del concho o una guagua destartalada daba igual porque en cualquiera de los dos se iba como sardina. Las motos tambien eran dificiles de conseguir ya que solo tenian espacio para dos. (¿Que digo “dos”? Si hasta tres y cuatro se hacian caber...) Pero por lo menos, subidos en ellas no se tenia que sudar la gota gorda tan temprano porque la brisa tropical mañanera regalaba algo de alivo al tiempo que despeinaba el cabello recién estirado de las muchachas. De cualquier manera, siempre se encontraba la forma de llegar al lugar de estudios porque era, a pesar de todo, la esperanza de un futuro menos miserable.
Mi hermano me regaló la cámara de 35 mm que necesitaba para mi clase de fotografia. Y pude comprar los demás materiales y libros con lo poco que ganaba en el primer trabajo que tuve, en el Instituto Comercial Jacquez Hernandez de la Sabana Larga -donde la gran mayoria de los colegiales del sector iban en las tardes a estudiar mecanografia, taquigrafia Gregg, archivo, contabilidad básica y hasta un curso de cajera para aprender a operar las cajas registradoras de tiendas y supermercados.
Desde antes de la universidad comenzó mi contienda con las matemáticas y las fórmulas y mi deliro inexplicable por los maestros de esas materias. Pero a la hora de la verdad siempre me rajaba, mas asustada que una niña que sorprenden a punto de comerse un pastel. Pero en la secundaria, mi único objetivo era siempre salir de aquellas clases aburridas para poder disfrutar de las que realmente me gustaban... Literatura, Historia, Dibujo... y la clase de Inglés, en el Rosalia Caro Mendez, que pasé con puros cienes aunque nunca estuve presente en el aula sino ‘bufeando’ en la cafeteria mientras freiamos tostones con huevos para el recreo.
Estuve muy poco tiempo en la UASD porque otra vez mi vida tomó un nuevo giro cuando tuve que regresar a los Estados Unidos. Al parecer las cosas han cambiado bastante en nuestra casa nacional de estudio, la primera en América fundada en Octubre 28 de 1538. Esta se ha convertido en parte de una red educativa moderna en el pais que continua generando profesionales de altisima calidad.
Para mas informacion visite la página de la UASD en http://www.uasd.edu.do/
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